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Opinión de los académicos Pedro Palominos y Juan Barrientos: La intimidad perdida

Tenemos derecho a vivir sin dejar rastro de nuestras acciones, preferencias y opiniones, pero esa quimera hoy es un lujo. Las miles de huellas que dejamos en nuestras interacciones con los teléfonos inteligentes, tablet y computadoras, van configurando un perfil que es valorado por las empresas de mercadeo y que por ende es comercializado.
Parecemos estar en la novela 1984 de George Orwell, sabiendo que “EL GRAN HERMANO TE VIGILA”, con sus tres consignas de partido; “la guerra es la paz”; “La libertad es la esclavitud”y “La ignorancia es la fuerza”. Los gobiernos se han apurado en aclarar que la información es anónima y que solo es usada con fines sanitarios. ¿Podrían estas aplicaciones ser una fuente con la cual los gobiernos logren tener información de sus opositores políticos? ¿En qué lugares del planeta algunos especialistas en inteligencia nacional podrán estar observando los movimientos de cada uno de nosotros con fines sanitarios, pero por qué no también con fines electorales, comerciales y de persecución?

Para nuestras generaciones, una pandemia era vista como antiguos recuerdos que la historia almacenaba y mostraba en imágenes en blanco y negro. Las tumbas, los cuerpos famélicos, la saturación de hospitales y las caras de angustia ante una pandemia eran imágenes del siglo XX ante la fiebre española en 1918. Con la ilusa creencia que situaciones así no podrían repetirse en el mundo “moderno”, vimos (y vemos) pasar los horrores del Sida, la gripe aviar, el ébola y el reciente virus H1N1. Pero nada nos había preparado para enfrentar la situación que hoy vive el planeta, con millones de personas enclaustradas en sus hogares y con la amenaza cierta de contagiarse. Consideremos que hay sectores  sociales y segmentos etarios en donde las probabilidades de perder la vida en el contagio es alta.  Este virus que tímidamente se presentó en una lejana ciudad oriental hace solo 6 meses y que no era más que una curiosa nota del noticiario, hoy tiene a toda la especie humana en busca de una solución.

A mediados de junio 2020 en Chile hubo más de 8 millones de personas en cuarentena, siendo la totalidad de las comunas del Gran Santiago sometidas a este régimen de enclaustramiento social. Con una totalidad de 167 mil contagiados en solo 100 días y más de 3 mil personas fallecidas la emergencia no ha sido fácil para este país. En medio de esta catástrofe nacional, se produjo el cambio de Ministro de Salud como una manera de dar nuevos aires a esta lucha que por el momento se pierde, pues la llamada “batalla de Santiago” no logra frenar el avance sistemático de contagios y víctimas fatales.

Respecto a las consecuencias, sin duda la primera es la enorme cantidad de fallecidos. Las notas de prensa que describieron la saturación de hospitales, escasez de tumbas, servicios funerarios colapsados solo agregan más detalles a esta pesadilla casi irreal que se vive. Luego tenemos el frenazo económico que implica la propagación del virus, cerrando mercados, frenando la producción y el consumo, generando la quiebra de miles de empresas. Todo esto repercute en un creciente desempleo.

¿Pero que pasa con la pérdida de la intimidad?

Tan importante como añejo, es el derecho a la privacidad. Tenemos derecho a vivir sin dejar rastro de nuestras acciones, preferencias y opiniones, pero esa quimera hoy es un lujo. Las miles de huellas que dejamos en nuestras interacciones con los teléfonos inteligentes, tablet y computadoras, van configurando un perfil que es valorado por las empresas de mercadeo y que, por ende, es comercializado. Ahora bien, cuando estas huellas las vamos dejando como producto de la expresión de nuestros intereses (por ejemplo en el uso de las redes sociales) de alguna manera (adecuadamente informada o no) autorizamos a quienes administran las redes, a usar y eventualmente vender la información de nuestros perfiles. Pero ¿qué ocurre cuando esta información pasa a ser propiedad de los organismos gubernamentales?

La desobediencia social que se ha podido ver en tiempos de pandemia, cuando las autoridades han insistido en la necesidad del aislamiento social y la urgencia de quedarse en la casa, nos deja postales tan preocupantes como absurdas de cientos de personas paseando por los centros comerciales, viajando hacia sus segundas viviendas, atiborrando los supermercados o incluso haciendo fiestas clandestinas.

Esta irresponsable conducta ciudadana nos pone frente al cuestionamiento de si es posible suspender algunos derechos con la finalidad de velar por el bien común. Este argumento permite decretar estados de emergencia que posibilitan que nuestro país ya entere dos o tres meses con un régimen de toque de queda nocturno. Pero, a pesar del uso de estas herramientas legales, persiste la transgresión de las medidas y en ese escenario el uso de la tecnología parece sensato cuando el objetivo final es el bien común.

En este escenario nos precipitamos hacia una sociedad digital forzada por lo eventos y las tecnologias disponibles, dejando de lado los conceptos de privacidad, intimidad y libertad. Las tecnologías de la información están disponibles, y hemos podido ver cómo, con no poca polémica, se han implementado en Europa aplicaciones que tienen como finalidad saber de manera exacta los movimientos de cada persona a través de la ciudad y con esa información establecer quién, cómo y cuándo podría estar alguien infectado con el Coronavirus.

La generosa plataforma que nos brindan los Smartphones, y por sobre todo su tan extensivo y abrumador uso permiten que cientos de millones de datos circulen segundo a segundo por todo el mundo, abriendo el apetito de quienes pueden obtener beneficios de esa información.

El primer paso lo dio el gobierno chino que mediante el uso de códigos QR identifica a los ciudadanos permitiendo saber quiénes están contagiados, con quienes se han reunido y por donde han transitado (por cuáles calles, qué estaciones de metro, qué centros comerciales han visitado etc.). Mediante esta información, entrega indicaciones a quienes deben guardar cuarentena de manera inmediata por haber estado cerca de una persona con COVID.

Esta medida impulsada por China, se ha considerado una herramienta poderosa para lograr controlar la pandemia en la ciudad de Wuhan. En Europa el gobierno Italiano implementó Inmuni, una aplicación que a través del uso del Bluetooth permite saber con quienes estuvo una persona. Cuando alguien es declarado con COVID envía mensajes a todos quienes estuvieron en contacto con esa persona para generar los aislamientos forzados.

En Francia la aplicación StopCovid es de una lógica similar, con la diferencia que los teléfonos intercambian mensajes encriptados luego de estar 15 minutos a menos de un metro de distancia. Por su parte, en Alemania se utiliza la aplicación llamada Corona – Warm – App desarrollada por Google y Apple. En Chile, existe CoronApp que tiene una función básicamente informativa frente a la emergencia sanitaria.

A pesar de los razonables y urgentes fines que persiguen estas aplicaciones (frenar los contagios), las alertas no han parado de sonar a propósito de lo invasivo de las aplicaciones en relación a la vida privada, y por sobre todo en qué uso se le dará a esta información una vez superada la emergencia.

Parecemos estar en la novela 1984 de George Orwell, sabiendo que “EL GRAN HERMANO TE VIGILA”, con sus tres consignas de partido; “la guerra es la paz”; “La libertad es la esclavitud”y “La ignorancia es la fuerza”. Los gobiernos se han apurado en aclarar que la información es anónima y que solo es usada con fines sanitarios. ¿Podrían estas aplicaciones ser una fuente con la cual los gobiernos logren tener información de sus opositores políticos? ¿En qué lugares del planeta algunos especialistas en inteligencia nacional podrán estar observando los movimientos de cada uno de nosotros con fines sanitarios, pero por qué no también con fines electorales, comerciales y de persecución?

El Gobierno Chino ya ha anunciado que sus Apps seguirán siendo utilizadas cuando sea superada esta contingencia sanitaria, y medidas similares se observan en India y Rusia.

La Constitución Política de la República de Chile asegura a todas las personas “el respeto y protección a la vida privada y a la honra de la persona y su familia, y asimismo, la protección de sus datos personales”. Existe además la ley de proteccion de datos personales aun en tramitacion en el Senado. Hay esperanzas que estos principios puedan orientar la gestión de las ciudades inteligentes, para no convertirnos en esclavos  de nuestras propias creaciones y de las personas que estan detras es éstas.

Hoy somos capaces de sacrificar muchas de nuestras libertades individuales con la finalidad de enfrentar esta emergencia. El incumplimiento de las medidas, fundamenta la necesidad de sacrificar derechos en pos de preservar la vida, pero la crisis pasará, entonces tal vez tendremos que dirigir nuestros esfuerzos en recuperar lo que hemos perdido: nuestro simple y saludable derecho a la intimidad.