Opinión de Dr. Pedro Palominos Belmar y Juan Barrientos Maturana:

Un estallido esperado: Nos olvidamos de las personas

En los últimos días hemos sido testigo de la explosión de un profundo sentimiento de inequidad que siempre fue explicada desde la clase política, y también (porqué no decirlo) desde amplios sectores del mundo académico como producto de un sistema inamovible y exitoso. El país creció , pero no creció para todos y con todos.
Como Universidad pública, como centros de investigación, como sociedad en general no podemos permitirnos nunca más perder el foco y el contexto de todo lo que hacemos, no olvidemos a las personas. Debemos trabajar día a día para que nuestra sociedad avance hacia el desarrollo, pero sin dejar a nadie atrás pues el desarrollo debe ser equitativo para todos los ciudadanos y ciudadanas.

Estamos en momento de una profunda, precipitada y masiva crisis social. Nuestra ciudad se ha transformado en pocos días en un hervidero de malestares propios de una ciudadanía descontenta y abrumada por largos periodos de inequidades de todo tipo. Las pancartas en las calles hablaron de “abusos”, de “injusticias”, pero por sobre todo, de un profundo cansancio, agotamiendo, “hasta cuando”.

No es posible señalar que este estallido social sea una sorpresa, o una crisis que nadie previo, toda vez que las condiciones de vida de los chilenos y chilenas ha sido por décadas dirigidas por una clase política progresivamente desligada de las personas y preocupadas de los aspectos ideológicos propios de la salida de un largo periodo de dictadura, pero sin mayor voluntad de cambiar las reglas de convivencia social que esa misma dictadura heredó y así nos olvidamos de las personas, todos pasamos a ser potenciales clientes.

En ese contexto la ciudadanía vivió en una epifanía que vino con la epopéyica recuperación de la democracia y que trajo aparejado también el consumo, el endeudamiento y el frenesí de los smartphones, generando una absoluta ilusión o espejismo de una realidad en paz, armonía y bienestar propio de una país que aspira rápidamente al desarrollo y ser un lider en latinoamerica.

Los años noventa llevaron a nuestra sociedad a creerse que estabamos viviendo una década de oro de prosperidad y desenfreno, ubicando a nuestro país como un “ejemplo” regional de desarrollo que incluso nos llevó a pensar que el “barrio” nos había quedado chico. Pero lejos de ese bello y onírico paisaje, se engendraba un profundo sentimiento de inequidad que siempre fue explicada desde la clase política, y también (por qué no decirlo) desde amplios sectores del mundo académico como producto de un sistema inamovible y exitoso.

Lo cierto es que el llamado “sistema”, adorado y odiado como una poderosa entelequia, se mantuvo con muy pocas variaciones desde los años 80, cuando como sabemos, fue impuesta por un gobierno de facto, apoyado por las armas y del permanente estado de excepción constitucional (como un desafortunado déjà vu). A 40 años de aquello, ya tenemos a los primeros pensionados por el sistema de AFPs con jubilaciones que obligan a los abuelos y abuelas a tener que buscar empleos muy precarios, tenemos ancianos “expulsados” por los analistas de riesgos de Isapres y arrastrandolos a un sistema de salud pública desolador y deshumanizado, tenemos el triste récord de comprar los medicamentos más caros del planeta y  los políticos mejores pagados de la OCDE. Los salarios promedio en nuestro país rondan los 400 mil pesos, y un medicamento común puede costar 100 mil.

Tenemos el país con los arriendos más caros de Sudamérica, supermercados con precios mayores que en el primer mundo, un país donde una familia promedio debe pensar en el ítem peajes o  “tag” como un desembolso importante mensualmente. Sumemos a esto las ya conocidas colusiones empresariales para manejar al alza precios de primera necesidad, las privatizaciones del agua y energía eléctrica, mal (o pésimo) servicio de transporte público, financiamiento irregular de la política, y ministros muy desafortunados comunicacionalmente, tenemos un poderoso polvorín pronto a explotar.

Son múltiples los ejemplos que podemos dar como germen del malestar ciudadano que están a la base de la explosión social chilena de octubre 2019, pero solo para cerrar la idea, es importante señalar que según datos de la Cepal, en Chile el 50% de los hogares de menores ingresos accede al 2,1% de la riqueza neta del país, mientras que el 10% concentra un 66,5% del total y el 1% más adinerado se queda con el 26,5% de la riqueza.

Queda clara la mala distribución del ingreso que se arrastra por años, pero que hemos hecho, nada, nos olvidamos de las personas.  Nos limitamos a trabajar más horas, contraemos mas deudas para mantenernos dentro del actual sistema y tener la sensacion de exito, de un pais que progresa que avanza, aun que los niveles de productividad han ido decreciendo desde el año 2000, pero todo esto es una ilusion una quimera.

Hace solo unas semanas, en el contexto de los coloquios organizados por nuestra Universidad por su planificación estratégica institucional, como SmartCityLab fuimos invitados a hablar acerca de las ciudades del futuro. En aquella oportunidad la intendenta Karla Rubilar puso un interesante y alarmante punto, señalando que mientras hablábamos de ciudades inteligentes, de tecnologías y estrategias para avanzar hacia un país desarrollado, a menos de 10 minutos de nuestro campus había personas que aún vivían  sin alcantarillado. Y es que ese es justamente el centro de la discusión el dia de hoy, las ciudades y países no son solo números o indicadores, ranking, tasas o porcentajes, al final del día los países son personas que tienen una cotidianidad compleja.

Como Universidad pública, como centros de investigación, como sociedad en general no podemos permitirnos nunca más perder el foco y el contexto de todo lo que hacemos, no olvidemos a las personas. Debemos trabajar día a día para que nuestra sociedad avance hacia el desarrollo, pero sin dejar a nadie atrás pues el desarrollo debe ser equitativo para todos los ciudadanos y ciudadanas.

En las ciudades nadie sobra y necesitamos de todos y todas para construir esa sociedad más justa que hoy parece estar como el único y gran acuerdo social, en donde todos concordamos. En momentos claves para Chile, y en el mismo periodo que nuestra Universidad planea su estrategia para los próximos años, no dejemos de aprender de  esta gran lección que ha dejado en clara la ciudadanía. Un país que crece, pero que crece con todos.

Fotografía: 
Archivo Departamento de Comunicaciones