Valentina Jorquera Cabello, estudiante de Psicología y campeona nacional de este deporte: “Se debe eliminar la cultura machista que existe en el ajedrez”

  • A sus 21 años, ostenta el título de Woman International Master y dos Normas de Gran Maestra, logro que comparte con otras dos jugadoras más del país. Su gran meta es llegar a ser la primera Woman Grand Master de Chile, la mayor distinción del ajedrez femenino. “Cada vez que estoy frente a un tablero, me siento en un estado pleno, como componiendo una nueva obra de arte”, asegura.

 







Si se trata de su pieza más representativa dentro del tablero, su respuesta es diversa: la dama, el rey y el peón. Y es que para Valentina Jorquera Cabello, actual campeona nacional de ajedrez y una de las más jóvenes en conseguirlo, “este juego es una poética sin fin, con el que cada día aprendo algo distinto”.

A sus 21 años cursa el cuarto año de Psicología en la Universidad de Santiago de Chile, lo que ha logrado compatibilizar con su exitosa carrera deportiva. De hecho, a principios de septiembre, participó en la Olimpiada Mundial de Ajedrez en la ciudad de Bakú, Azerbaiyán. “Fue uno de los torneos que ha convocado a más gente en el último tiempo. Con alrededor de dos mil jugadoras”, destaca, agregando que “es interesante la diversidad cultural que se genera, a pesar de las guerras y conflictos entre distintos países”.

Si bien no es una disciplina olímpica, Valentina asegura que el ajedrez es uno de los deportes más practicados en Chile. Asimismo, aclara que nada ha sido fácil en sus 16 años junto al tablero. “Muchas veces he pensado en dejarlo profesionalmente, al ver todo el esfuerzo de mi familia para que yo tenga los recursos y pueda seguir compitiendo a nivel internacional”, reconoce. Aunque también advierte que “el ajedrez es para toda la vida y no es algo de lo que pueda desprenderme”.

Con esa misma convicción, no duda en cuestionar las discriminaciones de género que existen en esta disciplina, a propósito de la categoría Open, en la que participan hombres y algunas mujeres, y otra exclusivamente femenina.

El inicio de una rápida consagración internacional

Valentina nació en Rancagua y es la menor de cuatros hermanos. El mayor, terapeuta ocupacional, vive en Argentina dedicado a la música. Luego, su hermana abogada. El tercero es odontólogo, con quien vive cerca del Parque Bustamante. También ajedrecista de alto nivel.

Su papá, profesor de educación física, les enseñó ajedrez a ambos. “A los cinco años le pedí aprender a jugar. Cada vez le exigía saber más. Incluso lo acompañaba a Doñihue, cerca de Rancagua, al club donde comenzó a hacer clases”, recuerda, aclarando también que su mamá no juega. A los siete años, le ganaba a niños de catorce. Ya era parte del club y jugaba torneos por equipo.

Su primer campeonato internacional fue en Argentina, a donde viajó junto a su papá y hermano. Valentina tenía ocho años. Obtuvo el quinto puesto, entre hombres y mujeres. A los diez años comenzó a ganarle a su papá, por lo que aparecieron nuevos profesores. Junto a su hermano entrenaban y leían libros y revistas de ajedrez. A esa misma edad fue tercera a nivel panamericano. “Podría haber sido el gran paso para participar internacionalmente en mundiales, pero era muy difícil conseguir los recursos”, lamenta.

Y si bien el distanciamiento con su hermano –quien ingresó a la universidad en Argentina– le afectó duramente, entrenar sola no fue un obstáculo. Con la ajedrecista húngara Judit Polgár como referente, Valentina seguía sorprendiendo y conseguía logros poco frecuentes a nivel nacional. A los doce años fue campeona sudamericana en los juegos escolares y otras dos veces consecutivas en el sudamericano sub-20.

“Eso me entregó el título de Woman International Master y dos Normas de Gran Maestra. Son títulos que, salvo una jugadora que se fue a vivir a España, y otra que lo recibió esta semana, nadie más tiene en el país”, aclara. Una acumulación de muy buenos torneos que le permitió consagrar un altísimo nivel de juego. Pero no solo eso. También podría llegar a ser la primera Woman Grand Master de Chile, la mayor distinción del ajedrez femenino.


En busca de diversidad cultural y conciencia social

A pesar del temprano éxito deportivo, su familia siempre ha insistido en la necesidad de acceder a la educación superior, algo que Valentina agradece. “Mi objetivo es ayudar a las personas y contribuir a un cambio social”, explica. Su decisión, entonces, no solo se centró en acceder a alguna beca deportiva. También en la calidad de lo que se propuso estudiar: Psicología.

“Ya conocía a estudiantes de la Universidad de Santiago, de su equipo de ajedrez. Ellos me motivaron a ingresar acá. Además, me llama la atención su historia. De hecho, aquí he podido desarrollar el tema de la conciencia social de manera más crítica”, comenta. Y junto con valorar la activa participación del movimiento estudiantil, destaca que “la diversidad social y cultural que existe en esta Universidad no se encuentra en cualquier parte”.

Desde segundo año se vio obligada a disminuir la carga académica, para compatibilizar los estudios con las exigencias de los campeonatos de ajedrez, descartando siempre la posibilidad de congelar la carrera. En cuanto a las labores académicas, en distintas asignaturas ha podido reflexionar y escribir sobre “cómo la vida imita al ajedrez”, analizando todo desde una perspectiva del juego y la representación simbólica.

Incluso tiene decidido estudiar, después de titularse, el Diplomado en Psicología del Deporte y la Actividad Física que ofrece el Plantel. “En Chile no existen psicólogos deportivos para el ajedrez y a nivel mundial son muy pocos. Sería algo muy innovador para el país”, advierte.

Discriminación de género y naturalización del machismo

Desde la perspectiva de género, en el ajedrez Valentina se identifica con la dama. “Es una pieza que al principio no existía y sin embargo ha pasado a ser la más valiosa del tablero. Es muy bonito pensarlo como un proceso histórico, donde la dama logró hacerse valer por sí misma. Una clara dicotomía con la figura del rey”, analiza, resaltando también la idea de que cualquier peón puede llegar a transformarse en otra pieza, “como una capacidad de soñar y ser lo más valioso”.

Pero no solo el ajedrez y la psicología son parte de su vida. También disfruta tocar la guitarra y cantar. De hecho, en Rancagua era parte de una banda de neofolclor con bases electrónicas, llamada Indoorfinas. Además, junto a un grupo de amigos se encuentran autogestionando una productora audiovisual. El principal objetivo es producir un documental sobre ajedrez y género.

“Se relaciona con mi vivencia particular de sentirme, en algún momento, marginada y discriminada desde un espacio intelectual de hombres más bien cerrado”, detalla. “Era intimidante llegar a los clubes de ajedrez, con hombres que se sienten humillados cuando les gana una mujer”, recuerda.

En ese sentido cuestiona los códigos sociales y naturalizaciones del machismo que invaden ese ámbito. “Sería mejor si no existieran categorías, lo que requiere incentivar más la participación femenina y los premios que se entregan. En definitiva, eliminar la cultura machista”, exige.

Componer obras de arte, pero con dificultades

Cuando se trata de ajedrez, su mayor placer surge durante el juego. “Cada vez que estoy frente a un tablero me siento en un estado pleno. Es una meditación que me permite desprenderme de factores externos”, confiesa Valentina. “Siento que compongo una nueva obra de arte. Pueden repetirse las aperturas, pero siempre emerge una belleza nueva”, comenta con satisfacción, valorando el aprendizaje permanente que esto le significa.

Sin embargo, lamenta su limitada participación internacional, a pesar de su gran nivel. Y es que Valentina solo ha jugado en dos mundiales: Eslovenia y Brasil. Además, en las Olimpiadas de Rusia (2010), Noruega (2014) y Azerbaiyán (2016). “El 2012 fui campeona sudamericana, pero el sistema de clasificación de la Federación no me permitió ir a la Olimpiada de Turquía. Podría haber jugado muchos más torneos internacionales, pero desde la federación no me han apoyado lo suficiente”, critica.

Hoy, por ser campeona nacional, tenía el derecho de jugar en México un campeonato preclasificatorio al Mundial Femenino de Irán de 2017, en representación de Chile. No obstante, se ausentó. “Todo era gratis, excepto el pasaje en avión. Desde la Federación solo me ofrecieron una ayuda de 500 dólares. Pero al representante masculino le financiaron todo”, cuestiona con frustración. “Mis papás han vivido endeudados para financiar los viajes, especialmente mi mamá que siempre se ha sacrificado para gestionar y conseguir los recursos. Ella es una de mis principales impulsoras y uno de los soportes emocionales fundamentales de mi familia”, añade.


Por ello, junto con aseverar que se ha ganado el derecho de participación que no debería estar limitado por estos factores, advierte que en Chile dedicarse a esta disciplina deportiva implica impartir clases. “Tampoco es fácil conseguir un trabajo así, pues exige demostrar cualidades pedagógicas”, aclara. “Para dedicarse solo al ajedrez, hay que ir a vivir a Europa. Allá hay muchos campeonatos y pagan muy bien por ganar torneos”, concluye.