In memoriam: Se apagó la voz de Horacio Correa Henríquez

  • Nuestra Casa está de luto; la Nueva Canción chilena también. 
  • Sólo su ingenio y sensibilidad para las artes le permitieron  combinar a la perfección su gusto por la creación de obras musicales y plásticas con su otra pasión: enseñar e  investigar temas asociados   a la termodinámica  y la físico química de soluciones.

 




Diríase que en todo le fue bien: destacó como excelente alumno en el Liceo Lastarria;  no defraudó a nadie  cuando se le ocurrió estudiar Ingeniería Civil Química  en la UTE, titulándose en 1962. Formó una familia donde siempre encontró cobijo y apoyo; guitarreó, cantó y compuso canciones por la misma causa del Gitano Rodríguez, Víctor Jara,  Violeta Parra, Patricio Manss… y tantos otros artistas que como él dieron vida a la Nueva Canción Chilena que impulsara don Pablo, el del Nobel.

Más tarde, volvería a mostrar su talento cuando en 1978 se doctoró en Ingeniería Química por la  Universidad Federico  Santa María. Sin  apartarse de nuestro Plantel,  en 55 años de trayectoria académica se  ganó el cariño y respeto de sus estudiantes.

Sólo su ingenio y sensibilidad para las artes le permitieron  combinar a la perfección su gusto por la creación de obras musicales y plásticas con su otra pasión: enseñar e  investigar temas asociados   a la termodinámica  y la físico química de soluciones.

Como intuyendo  que  pronto partiría, un día cualquiera de  no hace  mucho tiempo, se fue con su mujer, doña Delia, a Matanzas,  localidad costera de la Región del Libertador General Bernardo O'Higgins.  Allí, mirando el mar  se sinceró con su compañera de toda la vida; entonces, con voz queda le dijo que si él debía hacer el viaje sin retorno, ella tendría que hacer esto, lo otro y aquello. La conversación  profunda se dio para abordar los eventuales nudos gordianos que vendrían  y se prometieron sí o sí,  cumplir los acuerdos. Después se abrazaron como aquella primera vez cuando él tenía 17 años y ella andaba por  los  quince y de ahí nunca más se separaron.

Volvieron tranquilos al tráfago capitalino. Él a sus clases   en  la Facultad de Ingeniería y a seguir  escribiendo un libro para sus estudiantes que, finalmente, quedó más que a medias. Igualmente, retornó entusiasmado -como siempre-  a su programa en la radio de la Universidad: Raíz, canto y poesía de Chile y América, donde generosamente compartía esos otros  saberes.

Así,  a partir de su conocimiento experto, cada domingo y por casi 20 años, abría de par en par  una ventana  a su audiencia “a la cultura tradicional, con el canto y la poesía como ejes fundamentales, en particular de Chile  y los países de nuestra América  profunda”.

Pero el último tiempo andaba apurado el maestro, el creador don Horacio; aunque, claro,  el apuro no se le notaba; sólo él sabía  de sus premuras. Hasta que le sobrevino el mal que le afectó el habla y le dejó intacta la razón. Y pasaban los días  y no mejoraba. Y  otra vez el presentimiento. Asistió a su funeral en medio del sopor y no le gustó nadita ver tanta flor blanca; es que las prefería rojas.

Ahora sí le quedaba  solo un soplo de vida; cerró los ojos y se fue sin apuro cuando el reloj indicaba las 13:45 horas del viernes último. Les regaló un rostro plácido a  los suyos: a su amada doña Delia Gachon Piñones, con quien alcanzó a cumplir 55 años de matrimonio y  a sus retoños Alberto y Paulina, y a los retoños de sus retoños Raimundo, María José  y Cristóbal… Y, a su médico de cabecera que lo había estado preparando días antes.

La noticia de su partida nos impactó a todos quienes le conocimos, pero más aún a ese ex estudiante a quien le dirigió la tesis hace algunos años. El ahora gran profesional, tras enterarse de su grave enfermedad voló desde el norte para contarle a su maestro cuánto había avanzado gracias a sus consejos. Quería abrazarlo, agradecerle y demostrarle como fuere su afecto, pero su mentor sólo cinco minutos antes había partido.

Dejó este mundo el Dr. Correa Henríquez llevándose el cariño de todos quienes le amaron sin condición alguna como su madre, doña Zaida, mujer de esfuerzo, solidaria y bondadosa, originaria de Peumo, quien lo trajo al mundo aquí en Santiago el año 1937, y lo endilgó amorosamente por la vereda recta de la vida, además,  le regaló una hermanita menor.

En el portal del Fondecyt quedó su ficha como investigador de tres proyectos y coinvestigador de otro. En el sello editorial de la Universidad de Santiago de Chile debe quedar más de un ejemplar de  su obra "Balances de materia y energía",  que lanzara  orgulloso  el  22 de octubre de 2008. En la discoteca de la Radio deberían estar sus cuatro discos que editara con el  Conjunto Alhué, que fundó  hace 33 años junto a su mujer y a la  cantante  Maruja Espinoza. En el servidor de la emisora deben estar las cientos de ediciones de su programa  Raíz, canto y poesía de Chile y América. En su computador debe estar ese segundo libro que estaba tan avanzado y que le restaba  horas al sueño… Por ahí deben estar sus primeras acuarelas.

Y, aquí, en la Universidad de Santiago de Chile, su recuerdo seguirá vivo en todos quienes logramos advertir cuánto le conmovía la belleza sublime de la naturaleza, y cuán sensible era su corazón.