Dra. Catherine Flores: “La docencia es una carrera difícil que requiere de las y los mejores profesionales”

En esta entrevista, la directora del Departamento de Educación de nuestra Universidad aborda sus elecciones profesionales, su comienzo en la Usach y el rol de las profesoras y los profesores en la enseñanza; pero también recorre sus inicios en el norte del país y un hecho que marcó su juventud: la muerte de un amigo durante una jornada de protesta en dictadura.
Por ello, agrega que como educadora “siempre trato de ir más allá de los contenidos y, de alguna manera, inspirar sobre todo a mis alumnas y alumnos de pregrado en la importancia de la docencia y el rol que juegan la profesora y el profesor en los primeros años de enseñanza, porque no solo serán docentes, también tendrán la posibilidad de cambiar la vida de una niña y un niño, y eso pocas profesiones lo tienen”.

“Nunca pensé ser profesora. Nunca tuve la vocación. No quería ser profesora, porque no sentía que era una carrera para mí”, rememora la doctora Catherine Flores Gómez. Y es que, si bien su padre fue un profesor normalista, ella buscaba forjarse un camino propio.

Nació en Copiapó y allí vivió siempre junto a su familia. Estudió la enseñanza media en un colegio privado, becada por rendimiento académico y cree que eso influyó en sus primeras decisiones. “Mi curso era muy competitivo y la mayoría de mis compañeras y compañeros quería salir y estudiar en Santiago, en los planteles más tradicionales”, explica.

Recuerda que nadie de sus conocidas(os) quería quedarse en la única universidad que había en la región en esa época: la Universidad de Atacama. Sin embargo, por razones económicas, no pudo optar irse a la capital y debió elegir entre una acotada oferta académica: Ingeniería, Educación de Párvulos, Educación Básica y un par de carreras tecnológicas.

A los 18 años, y en un acto de rebeldía, decidió ingresar a Ingeniería Civil en Minas. “Si iba a estudiar en Copiapó, según yo, entraría a la mejor carrera de la Universidad que era esa”, recuerda, aunque duró poco. “Éramos dos mujeres en un grupo de 300 alumnos y los profesores no eran particularmente fanáticos de las mujeres que estudiaban Ingeniería. Incluso, muchos de los ramos prácticos se hacían en la Mina Escuela, un terreno subterráneo ubicado adentro de la Universidad. Cuando entrábamos, sentía mucho miedo, y nunca podía ir a la par de mis compañeros”, agrega.

Decidió cambiarse a Pedagogía, pero antes debía aprobar un semestre, así que enfrentó por seis meses los rigores de la Ingeniería. Pero una vez realizado el cambio, no se sintió particularmente interesada en la carrera hasta que realizó su práctica profesional.

“Cuando comencé a ir a la escuela a impartir clases, me di cuenta de que era algo que me gustaba, que lo quería hacer”, expresa. “Eso sí, pasé por todo lo que pasan los docentes principiantes y el problema es que no hay una inducción, por lo tanto, el cambio de la universidad al mundo de la escuela fue bien difícil. Perseveré, no abandoné la profesión, como ocurre ahora en Chile muy frecuentemente, y continué trabajando”, detalla.

Dictadura

La Dra. Catherine Flores participaba activamente en las Juventudes Socialistas de la Universidad. “Soy de una familia de izquierda y conocí todo el gobierno de Allende a través de mis padres. En mi caso llegué al socialismo por lo que sabíamos de las injusticias y la necesidad de tener un país libre y crecer en democracia”, sostiene.

En septiembre de 1984, mientras se registraba la Décima Jornada de Protesta Nacional, su amigo de infancia Guillermo Cirilo Vargas Gallardo fue asesinado. “A eso de las 13:00 horas decidí que era momento de volver a mi casa después de participar en una intensa mañana de manifestación. Me encontré con Guillermo, quien me preguntó si le podía sostener los cuadernos porque en ese tiempo no usábamos mochila y él estaba lanzando piedras”, recuerda la académica.

“Le respondí que sí, pero que ya me iba y me pidió entregárselos el lunes. En solo minutos sentí el ruido de disparos, lo que me llevó a correr con mi pololo y otra amiga. Nos metimos a la Enfermería junto a otras personas. Vimos caer los vidrios, el médico y las enfermeras nos pidieron tirarnos al suelo mientras colocaban colchonetas en las ventanas. Ahí me di cuenta de que la situación era más riesgosa de lo que pensaba”, relata.

Recuerda que después entró un grupo de carabineros, que los golpearon, los tomaron por el pelo para levantarlos del suelo a punta de insultos y les detuvieron. En la comisaría, fueron dejados en el techo, boca abajo, con los brazos sobre la nuca y así permanecieron hasta la medianoche. “Cuando salí desconocía lo que había pasado. Vi a mi papá destruido esperándome afuera, me abrazó y me llevó al auto. Mi mamá estaba allí junto a su mejor amiga y me contaron que Guillermo estaba muerto, que le habían disparado”, dice.

“Ahí entendí la gravedad. Mis padres no sabían si yo estaba viva y perdí un amigo que ni siquiera estaba involucrado en política. Guillermo era un opositor a la dictadura como cualquier estudiante de la época, pero no militaba. Me quedé con sus cuadernos pensando que nos encontraríamos el lunes. Ninguno percibía el peligro en el que estábamos, y esto se repetía en las provincias, porque desconocíamos lo que ocurría en Santiago y ciudades más grandes hasta que lo vivimos”, asegura.

A partir de este hecho “comprendí que había mucho de idealismo e inocencia en nosotros, y hasta ese día, yo no había dimensionado lo que nos podía llegar a pasar, cómo podíamos terminar y el dolor que les podíamos causar a nuestras familias. Hasta el homicidio de Guillermo todo era desconocido, pero nunca olvidaré la imagen de militares y carabineros disparando al interior de mi Universidad”.

Vocación

En 1987, tras titularse como profesora de enseñanza general básica y trabajar por más de 20 años, tanto en colegios privados como públicos de distintos lugares del país, “me casé con mi pololo de toda la vida, y como es ingeniero civil en minas, lo trasladaban frecuentemente, así que vivimos en Rancagua, La Serena, Chuquicamata, e incluso en Canadá”, señala.

Todo esto hasta que ella decidió volver a estudiar, pero esta vez en Sidney, Australia, donde había llegado con su familia. Allí tenía la oportunidad de cursar cualquier programa y teniendo todas las opciones, su determinación la llevó a inscribirse en un magíster en educación. “Ahí supe que esta era realmente mi vocación”, afirma.

“Esto marcó un vuelco porque el mundo del conocimiento más profundo me motivó luego para estudiar un doctorado y un viaje que inicialmente era por 3 años, se convirtió en uno de 8”, cuenta la académica explicando que coincidentemente, su hijo ingresó a la universidad en Australia, por lo que no pudo retornar aún a nuestro país.

En 2013 volvió a Chile ya como máster en Ciencias de la Educación con mención en Gestión y Liderazgo Educacional y doctora en Educación por la U. de Queensland. Un año después, se integró como profesora por hora a la Universidad de Santiago y a fines de 2018, tras ganar un concurso externo, fue contratada como académica del Departamento de Educación de nuestro plantel.

Su línea de investigación se orienta a la inducción y la mentoría. Gracias a este trabajo, es representante de la Usach en la Comisión de Fortalecimiento de las Pedagogías del CRUCh y presidenta de la Subcomisión de Desarrollo Profesional Docente.

Acerca de pertenecer a la comunidad de la U. de Santiago, la Dra. Flores destaca el ambiente democrático, el respeto, el trato y la convivencia entre la comunidad. Pero lo más importante, asegura, es tener la posibilidad de “trabajar con estudiantes que no son precisamente los más aventajados del país y entregarles herramientas para salir al campo laboral que quieran y donde quieran”. En ese sentido, cree que estar en este plantel también la conecta con su raíz socialista.

La docencia

Sobre la profesión, la doctora Flores es enfática en su crítica: “A veces me disgusto un poco con el estudiantado, porque quisiera que estuviera más comprometido con su formación profesional. La docencia es una carrera difícil que requiere de las y los mejores profesionales, sobre todo si queremos trabajar con las niños y niños más vulnerables, porque ellas y ellos necesitan a los mejores profesores”, insiste.

“Es posible luchar por nuestros ideales, pero también hay que pensar que cada día que se pierde, cada hora perdida, no se recupera. Las horas y el tiempo pedagógicos no se recuperan. Creo que las nuevas generaciones y la sociedad actual es una que quiere todo de inmediato, que todo surja rápidamente, y se requiere tiempo y trabajar en conjunto”, subraya.

Por ello, agrega que como educadora “siempre trato de ir más allá de los contenidos y, de alguna manera, inspirar sobre todo a mis alumnas y alumnos de pregrado en la importancia de la docencia y el rol que juegan la profesora y el profesor en los primeros años de enseñanza, porque no solo serán docentes, también tendrán la posibilidad de cambiar la vida de una niña y un niño, y eso pocas profesiones lo tienen”.

Autor: 
Carolina Reyes Salazar
Fotografía: 
Manuel Urra