“La historia aporta a fortalecer la identidad de nuestra producción frutal”

Así lo plantea el Dr. Pablo Lacoste, quien lideró un proyecto Fondecyt que se propuso conocer el proceso de introducción, expansión y estandarización de la cultura de la fruta en Chile. La investigación determinó aspectos históricos y culturales que marcaron este desarrollo, desde el rol de monasterios y conventos en la adaptación de frutos foráneos en el país, hasta el discurso de desprecio que instaló la elite hacia los jardines tradicionales chilenos, sustituyéndolos por los de estilo francés e inglés.

Desde comienzos de la conquista española, el cultivo de frutales se ha erigido como una de las actividades más prósperas del país, convirtiéndolo en una potencia exportadora con ingresos que bordean, en la actualidad, tres mil millones de dólares al año.

Según afirma el investigador del Instituto de Estudios Avanzados, Dr. Pablo Lacoste, quien lideró el proyecto Fondecyt “Frutales y sociedad en Chile 1550-1930”, nuestro país, al tener una gran producción frutal tiene dos opciones: “Considerarla como un commodity o desarrollar en ésta un mayor valor agregado. En este sentido, la historia tiene mucho que aportar, ya que podemos fortalecer la identidad de estos productos”.

El papel que adquirieron monasterios, conventos y haciendas laicas entre los siglos XVI y XVIII, fue primordial en el proceso de expansión de este rubro, ya que funcionaban como estaciones experimentales en las que se introducían plantas europeas, adaptándolas a los climas y suelos chilenos, para luego perfeccionar nuevas técnicas de cultivo.

Este mecanismo fue modelando el paisaje del país, sobre todo en el Valle Central, incidiendo en sus casas, divisiones y espacios de sociabilidad. Por ejemplo,  el parrón en el patio marcaba el espacio de reuniones sociales y familiares de la época, desarrollando sensibilidades estéticas y ecológicas. Ahora bien, cuando bajaba el ciclo de productividad de la planta, la madera de los árboles frutales se utilizaba como material de construcción, carpintería y ebanistería. Así de hicieron famosos los muebles y cunas de madera de peral.

El estilo francés impuesto en los jardines
A fines del siglo XIX la gente del campo migra a la ciudad, valorando la compra o arriendo de casas que tuviesen plantas frutales, con el ánimo de mantener una conexión con los paisajes de su infancia. Pero luego se da “una batalla cultural, motivada por las elites chilenas, las que buscaban distinguirse del pueblo”. “Se instala un discurso de desprecio por los jardines con frutales y parrones, y son sustituidos por los de estilo francés. Las elites reniegan de la historia y cultura chilena, distinguiéndose por una actitud muy servil con las potencias europeas imperantes”, señala Lacoste.

Los nuevos jardines toman elementos del modelo inglés, con extensiones de pasto que “se adaptan bien en el norte de Europa, donde hay menor temperatura y mayor humedad, pero acá con 35º de calor en el verano, y lluvias escasas, resulta inconsistente mantener tanto  césped porque demanda un consumo de agua muy elevado. Dentro de un tiempo nos pasara lo de Australia, que tuvo que eliminar jardines de césped porque iba en contra de sus condiciones naturales”, enfatiza el experto, quien trabajo en este proyecto con los académicos de la Universidad de Talca José Antonio Yuri (agrónomo) y el Dr. Gonzalo Martínez, quien ayudó a reconstruir la cultura material de esos años. También colaboró Olaya Sanfuentes, investigadora de la Pontificia Universidad Católica.