El científico que sueña con descorrer el velo oscuro del universo

  • Llega serio y dispuesto a hablar de su recorrido biográfico. Así lo habíamos acordado previamente, pues no sería una entrevista para conocer su obra, sino su vida. Se trata  del Dr. Jorge Gamboa Ríos, quien se devela como un hombre cultísimo, cercano y con un humor  muy fino.

 


 
Si bien su preocupación fundamental es el estudio de la física de altas energías y, en particular  la materia oscura, área donde aspira hacer un aporte al mundo científico, se da tiempo para trotar cuatro días a la semana, leer mucha filosofía, historia o clásicos de la literatura universal. A la par, escucha preferentemente obras de los eximios violinistas Fritz Kreisler y Jascha Heifetz, quienes se convirtieron hace más de 25 años en sus referentes, tiempo desde el que toca violín. Confiesa que lo hace con regularidad una hora diaria, preparando piezas que interpreta los días domingo por la mañana con su maestro Hernán Jara y otros amigos.

 
Pero no se crea que sólo hace aquello, pues además de aportar a la formación de capital humano avanzado en el Doctorado en Ciencia con Mención en Física que ofrece la U. de Santiago, lo que implica mucho estudio y preparación de clases y desarrollo de sus propias investigaciones, cumple con labores propias del hombre de la post modernidad. Así, desde siempre ha compartido con su mujer la formación de su prole, además de colaborar en tareas cotidianas del hogar (“lavo los platos”, confiesa de manera  natural).

 
Formado en el rigor, en el método científico, sabe sacarle trote a la vida, a su vida junto a su compañera de ruta doña Elizabeth con quien mantiene un “matrimonio muy feliz”, y a sus amados hijos por quienes no oculta su orgullo: Felipe, artesano en fierro y Joaquín, estudiante de Ingeniería Informática.

 
Luego de precisar que el logro científico más relevante de su vida es cuando encuentra a su mujer, a quien conoce cuando él tiene18 años y ella 15, casándose diez años más tarde,  Jorge Gamboa reflexiona que la lucha propia de todo ser  humano no es otra  que la lucha por alcanzar la felicidad “y yo tuve la dicha de encontrar a Ely” (psicopedagoga).

 
Sin querer le brota a borbotones el romanticismo a este científico recientemente laureado por  su pares, en el marco de su sexagésimo aniversario.

 
Sus otrora discípulos o colaboradores en grupos de investigación, debieron cruzar mares, otros sobrevolar la cordillera de los Andes o abrirse paso en las atestadas calles santiaguinas para abrazarlo y reconocer su valía. Fue un hito sin precedentes.

 
Desde el viernes 23 de octubre, no por gusto propio, sino por el de otros (“han sido muy generosos”)  le corresponde abrir una página en la historia institucional, al  convertirse en el  primer científico laureado por sus pares del Departamento de Física. De este modo, quisieron retomar una tradición europea de larga data que se ha ido extendiendo por el mundo académico del orbe, para homenajear a un par sobresaliente en su aniversario número 60; ni atisbos de dudas para elegirlo a él.

 
Fue una ceremonia llena de detalles y simbolismos que quedarán para  siempre  en la memoria de este  hijo de aquel mar -su mar- que baña calmo a Cartagena.

 
Solo la playa cartagenina guarda sus secretos de niño y adolescente solitario. Solo ese  balneario de hoy con casas señoriales venidas a menos, guarda tantos de  sus  andares, reflexiones y sueños. Allí aprendió sus primeras  letras, allí doña Bernarda y don Galvarino, sus padres, se afincaron por un tiempo. Llegaron con un hijo y luego recibieron otros  cuatro (empezando por Jorge, quien es el segundo).



Don Galvarino fue formado a la  antigua, es decir poco demostrativo con los afectos y siempre cediendo lugar a su mujer en la derechura de su descendencia.


Trabajador  inagotable, llegaba rendido tras levantarse a las 6 de la mañana para  acostarse a las 9 de la noche, hora  en que debían hacerlo todos los  integrantes de la familia. Eran tiempos  difíciles en lo económico, pero el mar generoso siempre aportaba manjares a la mesa del padre catador de vino (“un enólogo de la Viña Santa Teresa le enseñó el oficio y trabajó  siempre en esa misma Viña”.).

 
Un día de nubarrones, sus padres hacen maleta para trasladarse  a la capital; fue por necesidad…hasta el mar se había vuelto esquivo. El pre adolescente Jorge, debe quedarse con su abuela materna. Esta matrona  fuerte, inteligente, sabia es quien lo guía en las  lecturas literarias, le muestra el mundo real, lo afinca a la tierra, lo insta a estudiar y de paso le habla de un Dios Todopoderoso.

 
Después le toca a él dejar  a su la abuela en un día que le pareció nublado. Atrás quedaba el Liceo San Antonio y ya convertido en adolescente curioso, se integra al Instituto Nacional. El calendario marca aquél complejo año político 1972 y es en este emblemático establecimiento que ha formado a prohombres de la República desde 1813, donde cursa  los  últimos tres años de enseñanza  media hasta 1974, pero con el mar siempre rondándole  en  la cabeza y espinándole el corazón.

 
Como en sus tiempos de niñez, anhelaba con fuerza ser el único pasajero de su mar inconmensurable para mirar las estrellas o sentirse libre como las gaviotas. Pero, ahora estaba en la gran urbe de cemento, con otros profesores, otros compañeros. Había entrado de frentón a otro país, al Chile malherido, dividido, atemorizado. El Dios Todopoderoso de su abuela, comienza a desdibujársele.

 
La nostalgia y el miedo dan paso a la razón. Sería profesor  de  Matemática. Lo tenía  claro, pero una mañana tibia  se impone la  física. Entonces, ya no sería maestro, sino científico. Se  enamora de la física en la UTE y nunca  más la deja; su amor por la disciplina corre en paralelo con el que le  profesa  a  “Ely”.

 
De  ahí en más, todos han sido logros. Sus estudios  de universitario brillante en la Universidad Técnica del Estado, donde se titula de Profesor de Estado en Física, su formación post gradual que inicia con un Magíster en Ciencias en la Universidad de Chile. Y, luego, su preparación doctoral en Brasil, donde en 1990, obtiene el grado de Doctor en Ciencias por la  Universidad de Sao Paulo.

 
Pero iría por más. Hace maletas y parte a estudios post doctorales y trabajo tesonero a la vieja Europa. Recala en  Francia, España y Alemania. Después de tanto periplo académico (10 años), con una  familia consolidada, vuelve  a su alma  mater. Su paso por países que han sido y seguirán siendo la cuna de la cultura, las artes y la música docta, no fue en vano.

 
Su apertura al conocimiento de otras culturas, otras lenguas, otros saberes lo impelen en esas lejanas latitudes a estudiar idiomas. Hoy habla y escribe con soltura en inglés, francés, portugués y se hace entender en la lengua vernácula de Goethe y Schiller.

 
Una vez que retorna al campus endilga sus pasos hacia la biblioteca de la Universidad. Va por los libros avanzados de teoría de campo y teoría cuántica que leía con fruición cuando estudiaba su pre grado; verifica con ojo avizor que nunca más nadie los  había solicitado; sus ojos constatan el hecho en el ahora  papel amarillento donde la bibliotecaria vuelve a  escribir su nombre con una letra pequeña. Todavía hoy, es como si esos libros gruesos, plagados de fórmulas solo quisieran hablarle a él.

 
Desde entonces el Dr. Gamboa Ríos continúa sumido en sus investigaciones en nuestra Universidad; sale cuando tiene que volar al extranjero y vuelve a su rutina. Hombre sencillo, solitario, de regularidades, seguirá aquí y en su hogar soñando en grande y conversando con sus  pocos amigos de toda la vida. Seguirá encaminando sus pasos a la biblioteca para  volver a leer el libro de teoría cuántica relativista, por ejemplo. Es que él es así. Vuelve una y otra vez a sus lecturas  favoritas. Ha repasado los grandes de la literatura Universal (“creo que no me  falta ninguno por  leer o releer”).

 
Sorprende con tanto título, nombres, autores y pasajes de Las Memorias de Adriano (Marguerite Yourcenar), Los Miserables, publicada en 1862 (Víctor Hugo), El último Encuentro (Sándor Márai) o… El lobo estepario, Narciso y Goldmundo, Demian… de Herman Hesse, pues es uno de sus  autores “favoritos”.


Con la seguridad de una verdad casi absoluta, dice que todavía le queda tiempo, pues  recién a sus 60 años se asoma a la juventud de su vida. “Es que tengo muchas ideas que  desarrollar  -afirma-  y quiero reorientar mis trabajos científicos. Por ejemplo, buscar alternativas  o explicaciones a la materia oscura y el universo”.
 


Me interpela con una mirada aguda: “¿Sabía  usted que producto de la materia oscura vemos solo el 5% del universo? Es que el 25% es materia oscura y el 70% es  energía oscura!  El esfuerzo que me gustaría hacer es encontrar, entonces, mecanismos para detectar esa materia  oscura; este y no otro es el desafío que me he propuesto para mis próximos 60 años”.


Ante tal horizonte, reímos. Nos abrazamos fraternalmente. Él parte a sus cavilaciones de científico, dejándome impresionada con tanta mezquindad ¿Cómo es posible que una simple materia oscura nos impida ver el 25 por ciento del universo? ¿Qué es lo que no vemos? ¿Y cuál es la función de ese 70% de energía oscura? y si se reduce, ¿qué pasaría con los Planetas?


Es de esperar que don Jorge -quien se reconcilió con su propio Dios y no con el de su abuela- encuentre el mecanismo para  descorrer  ese manto que cubre la noche; al menos tiene intención de enrollar el de la materia oscura.


Como buen científico y maestro que es, logró despertar mi curiosidad.