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Diez años de aportes a la educación inclusiva

Diez años de aportes a la educación inclusiva

Año 2009. César Alarcón llegaba junto a su madre desde la comuna de Lo Prado a la Universidad de Santiago. Era su primer día de clases en el Propedéutico, un programa que ofrecía a los mejores alumnos de colegios prioritarios –definidos así por el Mineduc- la posibilidad de ingresar a la educación superior sin tomar en consideración la PSU y con beca de arancel completa.
Una vez en dependencias del Plantel, madre e hijo no sabían dónde debían dirigirse y mucho menos lo que tenían que hacer para que César se pudiera matricular. Aproblemados los vio el académico y director del programa, Máximo González Sasso, quien prácticamente los tomó de la mano y los llevó al lugar que correspondía. Así es el trato y la relación que se forma desde el día inicial entre los estudiantes de este programa y sus docentes.


Educación para todos


Corría 1991. Máximo González, magíster en Matemáticas y secretario de la Facultad de Ciencias de nuestra Universidad, junto a Francisco Javier Gil, doctor en Ciencias y por esos días, decano de la misma Facultad, comenzaron a trabajar por la inclusión en la educación superior. Sin embargo, ambos quedaron sorprendidos al observar los efectos que las diferencias de cuna causaban tras revisar las notas de los estudiantes de primer año de Licenciatura en Matemáticas: el 70% de los jóvenes reprobaba las asignaturas.
Así, y después de una serie de fallidos intentos por modificar el sistema, en 1992 la Universidad de Santiago comienza a entregar una bonificación al promedio de la Prueba de Aptitud Académica (PAA) a los estudiantes que estuvieran en el 15% superior de su establecimiento. Para aquellos que postulaban a este Plantel en el primer lugar de sus preferencias, se sumaría otro 5% a su puntaje ponderado total.
“Esta fue la primera medida de inclusión en la que participó la Universidad. Sin ella más de 15 mil jóvenes no hubieran ingresado a la educación superior”, detalla Máximo González, y agrega que de esta cifra de beneficiados, el 90% llegaba de liceos municipales y subvencionados con financiamiento compartido, lo que ratificaba la idea de discriminación en la etapa de acceso.
Sin embargo, en 2004 el Demre sostiene que este sistema retrasa el cálculo de los resultados de la PSU para los demás estudiantes del país. A raíz de esta información, el Consejo de Rectores prohibió al Plantel seguir bonificando. Esto no mermó la motivación del equipo liderado por González y Gil, de seguir trabajando por un sistema más equitativo.
Ese mismo año, se realizó un conteo de alrededor de 3.500 establecimientos de enseñanza media que tiene el país. En 347 de ellos, ningún estudiante ingresaba a la educación superior. “¿No hay talentos en esos colegios? La respuesta es sí. Nuestro principio base es que la inteligencia humana está homogéneamente distribuida en todos los estratos sociales, razas y culturas, por lo tanto el país está perdiendo talentos en esos 347 colegios”, reflexiona González.
En 2006, Francisco Javier Gil es designado director del Bachillerato de la U. de Santiago y le pide a Máximo González que asuma como subdirector. Allí ambos ven que este programa era un nido perfecto para recibir a jóvenes que tenían el mismo perfil de los bonificados, es decir, que se encontraban en un porcentaje superior en su colegio, pero el establecimiento no había dejado estudiantes en la Universidad.
Y las coincidencias se van dando, pues en ese momento el Ministerio de Educación definió a un conjunto de liceos bajo la calidad de “prioritarios” debido a su alto índice de vulnerabilidad social. Estos establecimientos –principalmente municipalizados y algunos subvencionados-  tenían los más bajos indicadores de todo el sistema, medidos a través del Simce y la PSU.
El Mineduc le solicitó al Plantel hacerse cargo de cuatro colegios prioritarios, razón que dio más impulso a Gil, González y otro grupo de profesores, para crear un sistema de selección y preparación para jóvenes de colegios pobres que tuvieran un rendimiento superior. El apoyo del Rector, Dr. Juan Manuel Zolezzi Cid fue fundamental y el programa fue aprobado. De esta manera, la Casa de Estudios estableció que el 25% de los cupos del Bachillerato de Ciencias fueran ocupados por los estudiantes seleccionados mediante este sistema.


Propedéutico: Nueva Esperanza, Mejor Futuro


El nombre era un misterio hasta ahora. “Le pusimos así básicamente porque no queríamos que se llamara Preuniversitario. Ese era el nombre natural, pero en Chile es una marca”, explica González. Propedéutico significa “enseñanza preparatoria para el estudio de una disciplina”.
La primera versión, en 2007, estuvo dirigida a los estudiantes mejor evaluados de los liceos prioritarios que la U. de Santiago asesoraba: Centro Educacional Municipal Amador Neghme, Liceo Municipal Centro Educacional Pudahuel, Complejo Educacional Pedro Prado y Liceo Polivalente Guillermo Feliú Cruz. Se incluyó el Liceo Industrial Presidente Pedro Aguirre Cerda de Rancagua, administrado por este Plantel. Fue esta generación la que agregó el “Nueva Esperanza, Mejor Futuro” al nombre inicial.
El programa convoca a participar a los estudiantes de 4to medio que obtuvieron un promedio de las notas finales de 1ro, 2do y 3ero que los ubique en el 10% superior del ranking de su curso y que tengan permanencia desde primero medio en su establecimiento.
Para poder ingresar al Programa de Bachillerato en Ciencias y Humanidades, sin puntaje mínimo en la PSU, deben cumplir con exigencias: 100% de asistencia a las actividades del Propedéutico, Carta Compromiso firmada por uno de los padres o apoderado, Carta Compromiso firmada por el alumno, promedio de notas igual o superior a 4.0 en cada curso del Programa, 60% el promedio de notas de 1ro a 3ero medio, 30% el promedio de notas de 4to medio y 10% el promedio de notas del Propedéutico.
El plan de estudios del Programa se compone de tres cursos: Matemáticas, Lenguaje y Gestión Personal, impartidos por académicos de la misma Universidad. El programa contempla una duración de 17 semanas correspondientes al segundo semestre académico (entre agosto y diciembre). Las clases se realizan los días sábado entre 8.30 y 13 horas.
En diez años llegaron a ser 19 establecimientos educacionales que se sumaron al Programa y 50 jóvenes se han titulado. La iniciativa inspiró el Programa de Acompañamiento y Acceso Efectivo a la Educación Superior (PACE), política pública que se ha hecho extensiva a otras universidades, y que fue implementada durante el Gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet.
“Esta no es la creación de una sola persona, es la convicción de la Universidad de que debe atender a segmentos importantes. Cuando alguien quiere hablar de una Universidad donde está internalizado el tema de la equidad, habla de la Universidad de Santiago”, destaca el Rector, Dr. Juan Manuel Zolezzi Cid. Para él, ojalá se pudiera hacer más, pero el compromiso es seguir ayudando hasta cuando sea necesario o hasta cuando se pueda.
En tanto, la Vicerrectora Académica, Dra. Patricia Pallavicini, señala que el programa ha sido emblemático para la institución porque es consistente con la visión de la Universidad de que los talentos hay que ir a buscarlos, pues están distribuidos en toda la población, en todos los establecimientos.
“Uno puede reconocer estudiantes talentosos, motivados, que quieren aprender, que quieren ser un aporte académico y nosotros podemos darles una oportunidad si ellos muestran esta determinación de seguir adelante con una trayectoria académica”, advierte la autoridad. “Nosotros apostamos a que están las habilidades y sobre todo la motivación de ellos para ir cumpliendo las distintas exigencias y metas”.


Propedéutico versus PACE


Con la implementación del PACE, 15 establecimientos dejaron el Propedéutico y este último quedó trabajando con cuatro más dos que se incorporaron este año. Bajo esta lógica cabe preguntarse por qué entonces son necesarios ambos programas.
Para la Prorrectora del Plantel, Dra. Fernanda Kri, es sencillo. “En el programa PACE es el Ministerio el que decide con qué colegios trabajar y no tiene cobertura completa”, enfatiza.
Producto de ello, hubo establecimientos Propedéutico que no fueron seleccionados por el Ministerio y por eso se mantiene el programa. “El Mineduc tiene otros criterios, donde si bien la vulnerabilidad manda, también tiene que ver con el volumen”, explica.
Mientras el PACE no tenga mayor cobertura, el programa Propedéutico debe seguir existiendo. En ese aspecto, Kri argumenta también que al ser un grupo más acotado, permite hacer un seguimiento más cercano a los estudiantes.
“Otra diferencia fundamental entre el PACE y el Propedéutico, es que en el Propedéutico los jóvenes ingresan vía Bachillerato y en el PACE entran directamente a la carrera de destino”, insiste.
La experiencia del Plantel muestra que estos estudiantes que vienen con tantos vacíos formativos requieren un primer año con más contenidos. Por estos motivos, el interés de la Universidad de Santiago por mantener esta “política local” es grande.


Dulce y agraz


Lorna Figueroa, doctora en Informática, llegó de voluntaria al programa. Actualmente es la directora ejecutiva y junto con Máximo González, conocen a cada alumno que ingresa al Propedéutico. De hecho, hacen que los estudiantes que ingresen usen una identificación para hacerlo más personalizado. Hasta los académicos deben utilizarla.
En esta década han logrado muchas satisfacciones, pero detrás también hay bastante de agraz. Lo más duro es el dejar ir a un joven que decide no continuar. Es tanto el apego que tienen estos académicos por sus alumnos, que incluso han ido a buscar a sus casas a los que abandonan. Muchos de ellos ahora están titulados y eso los llena de orgullo.
Cuando uno de ellos toma la determinación de no regresar, el dolor es interno en los académicos y comienzan los cuestionamientos. “Quizás no hice todo lo posible por conversar con ellos y convencerlos”, dice la Dra. Lorna Figueroa.
En ese sentido recuerda el caso de un joven que se caracterizaba por su risa contagiosa. Un día llega el director del Bachillerato a la oficina de la Dra. Figueroa porque no había escuchado reír al estudiante. Tras hacer averiguaciones, supieron que quería abandonar el programa.
“Él vivía con la abuela ciega y un día llegó su hermana a dejarle a su hijo. Ella se fue. Por eso él evaluaba regresar. Decía que ahora debía trabajar para mantener a su abuela y su sobrino”, cuenta Figueroa.
Al joven le ofrecían 90 mil pesos en un supermercado. Por ese dinero dejaría el Propedéutico. “Le conseguimos una beca de trabajo, vale de colación y movilización. Le preguntamos si seguiría estudiando si le igualábamos lo que le pagarían como empaquetador y nos respondió inmediatamente que sí, porque lo único que quería era estudiar”, narra la directora ejecutiva.
Para ella el programa es una experiencia de vida. “Es saber que tú realmente puedes hacer algo por los demás. Cuando te das cuenta que has logrado cambiar la vida de alguien, no se puede describir”, afirma Figueroa, quien como ejemplo detalla que el destino del 59% de la primera generación era trabajar en la feria o dedicarse al comercio ambulante como sus padres. Sin embargo, ahora están titulados.
Para el Rector Zolezzi, el aprendizaje es duro porque en estos 10 años es posible darse cuenta que aún hay más jóvenes con las mismas características y la Universidad no puede atenderlos a todos. “El gran dolor de este proceso es dejar gente fuera por razones de recursos”, indica.


Los alumnos


César Alarcón Segura tiene 25 años y se tituló de Tecnólogo en Control Industrial. Su enseñanza básica la cursó en la Escuela Héctor Isaac Carrasco Heldt, ubicada en la comuna de Tirúa, región del Bío Bío. A los 14 años llegó a Santiago a vivir con su abuela a la comuna de Lo Prado e hizo su enseñanza media en el Complejo Educacional Pedro Prado.
Su mamá es dueña de casa y su papá mecánico. Ambos les inculcaron a sus hijos la importancia de la educación. “Nos decían que debíamos ser más que ellos, pero yo ahora lo veo como que debíamos ir un peldaño más arriba porque un título no me haría mejor que ellos”, comenta el joven.
Actualmente César entrega su experiencia a otros jóvenes en el curso de Gestión Personal del programa. Dice que es una manera de retribuir todo lo que logró gracias al Propedéutico. “Aquí encontré gente que estaba en la misma realidad mía, con las mismas inquietudes, los mismos sueños de estudiar en la Universidad y las mismas carencias de dinero y educación”, rememora. “Aquí nos llaman a soñar con nuestro futuro”, puntualiza.
Entre esas personas está su actual pareja, Elizabeth, también ex propedeuta y la madre de su hijo Lucas. En la última ceremonia del programa, ambos dieron su testimonio y lo difícil que fue el comienzo, las malas calificaciones y los estudios, pero también agradecieron el apoyo que recibieron de los profesores, específicamente de la Dra. Figueroa y Máximo González.
“Todos me decían que la Universidad era fría, que no iba a encontrar el apoyo y el trato paternal que nos dan en la media, pero fue todo lo contrario”, recalca César.
Para Exequiel Correa, estudiante de Bachillerato, el programa fue su oportunidad de lograr algo que no estaba a su alcance: entrar a la educación superior. Llegó del Liceo Municipal de Maipú Gonzalo Pérez Llona, su papá es bodeguero y su mamá dueña de casa.
Tiene dos hermanos más y antes de conocer el Propedéutico, pensaba trabajar porque sabía que esa era su realidad. “Le pedí a Dios que me ayudara y me abriera una puerta. Y justo apareció este programa. Cuando empecé a ir significó mucho para mí”, relata.
Pero el joven, que aspira a ser administrador público, recuerda que un día pensó en abandonar el programa. “Una mañana le dije a mi mamá que ya no quería asistir. Ella se acercó a mí y me dijo ‘¿Cuántos niños quisieran estar en el mismo lugar que tú y no tienen la posibilidad?’ Eso me abrió los ojos y me propuse seguir hasta el final”, asegura.
“Nosotros insistimos que el esfuerzo que demuestran los jóvenes es el mejor indicador de éxito en la universidad, porque ser pobre no es un mérito académico”, acota Máximo González. Así, en estos 10 años, el Propedéutico ha logrado cambiar el destino de más de 500 estudiantes que han ingresado al programa y cerca de 100 que ya se han titulado.

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